Introducción

La revista hispanoamericana Cervantes (Madrid, 1916-1920) ocupa un lugar de privilegio en la encrucijada del modernismo y la vanguardia ya que acoge entre sus páginas las últimas manifestaciones de un modernismo epigonal al tiempo que se abre a los primeros balbuceos de la vanguardia.

Este trabajo consiste en el vaciado y análisis completo de la revista (47 números entre agosto de 1916 y diciembre de 1920).

Consta de una introducción, un índice por números y un índice por autores. En la introducción se perfila su historia exterior (etapas, cambios de dirección, colecciones paralelas de libros…). En el índice por números se recogen exhaustivamente todas las colaboraciones de la revista. Finalmente, en el índice por autores se identifica a cada colaborador y se comenta su aportación, incidiendo en la dimensión interpretativa de los textos.

Se pretende un acercamiento global a Cervantes, no reducido a su faceta ultraísta. De modo que se estudian con especial cuidado las orientaciones temáticas más importantes.

No es raro que el Ultraísmo surja en las filas de los bohemios modernistas, ya que a partir de la creación de la Academia de la Poesía en 1910 se había creado una institución oficial monárquica modernista, regada de dinero público. Los «refusés», modernistas que no entraron en el reparto del dinero, se organizaron en un movimiento contracultural llamado «ultraísmo». La Filología, como la Gramática, debe explicar las cosas, no fomentar el relato hegemónico. [Alvaro Ceballos Viro, 118-.119)

La revista madrileño-lisboeta Renacimiento Latino, codirigida por Francisco Villaespesa y el portugués Abel Botelho, y de la que salieron dos números, ambos en 1905, fue uno de los laboratorios centrales de nuestro modernismo. De ahí salieron texto para esta revista en 1916. Villaespesa se situaba, así, en la vanguardia de la lírica peninsular del momento, no dudando en pedir ayuda al portugués para operar en la poesía española el mismo cambio que se había producido en la lusa y en la hispanoamericana:

Vd. hizo en Portugal hace diez años lo que Rubén Darío y yo estamos ahora operando en las letras castellanas. Gracias a su genio, la poesía portuguesa tiene hoy cierto perfume de delicadeza, de suavidad, de algo alado y sutil, que nosotros intentamos darle hoy al idioma de Cervantes. (…) Es preciso que Vd. nos ayude con todas sus fuerzas en esta cruzada de Arte, en este llamamiento a la juventud de ambos países (…)

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Francisco Villaespesa, Carta a Eugénio de Castro, 01/07/1910, recogida en Eloísa Álvarez y Antonio Sáez Delgado, Eugénio de Castro y la cultura hispánica. Epistolario 1877−1943, Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2006, p. 167.

Así, encontramos a Felipe Trigo pasando unos días en Lisboa en el verano de 1904, por invitación de Villaespesa, en medio del contexto descrito de hermandad entre los escritores modernos de ambos países. Esa breve estancia en la capital portuguesa, donde participa en banquetes literarios y tiene la ocasión de conocer a un importante conjunto de escritores, la refleja Trigo en dos crónicas literarias que tienen como título “Lisboa. Sarta de impresiones” y que aparecen en las páginas de
El Liberal los días 17 y 24 de agosto de ese mismo año. Dos crónicas, curiosamente, que encontraremos de nuevo, fundidas en un solo texto, una década después, cuando Villaespesa (director de la publicación) las ofrezca en el número 2 de la revista
Cervantes, aparecida en Madrid en septiembre de 1916, bajo el título de “Recuerdos de Portugal”. Sin duda, la muerte de Trigo el día 2 de ese mismo mes debió de estar en el origen de la recuperación de estos textos, y no deja de resultar significativo que el homenaje que Villaespesa le rinde en las páginas de su revista tenga como motivo central la estancia que los dos compartieron en tierras lisboetas.

Trigo, antes de ese viaje a Lisboa, ya formaba parte de las conversaciones postales de Villaespesa con sus interlocutores portugueses, como lo demuestra el hecho de que su nombre aparezca, con familiaridad, en dos cartas enviadas nada menos que a Eugénio de Castro. En la primera de ellas, fechada el día 19 de diciembre de 1902 y escrita en papel timbrado de la Revista Ibérica (bajo cuya cabecera compartieron páginas Juan Ramón Jiménez, Unamuno, Antonio Machado y Rubén Darío con Eugénio de Castro o Guerra Junqueiro, entre otros),Villaespesa –director de la publicación– solicita al autor de Oaristos el envío de algún original inédito y de un retrato con el que transformarse en “alma de la sección portuguesa”.

La segunda de las referencias mencionadas se produce en una cartadel 26 de agosto de 1904, durante la estancia de Villaespesa en Lisboa. El poeta español se dirige al maestro portugués para demostrarle su veneración, al tiempo que le ofrece una lista de autores que han escrito en España e Italia sobre su poesía, entre los cuales cita a Trigo, en un texto que aún no ha salido a la luz. Asimismo, en esa carta, Villaespesa pide a Castro que escriba a Trigo para solicitarle la dirección de Maria Maiochi Plattis, directora de la revista Cordelia, también interesada en la obra del poeta de Coimbra.

En plena sintonía, uno de los frutos más visibles de aquel encuentro lisboeta fue la publicación, en 1905, de los dos números de la revista Renacimiento Latino, que dirigieron Villaespesa y Abel Botelho, donde también encontramos la firma de Felipe Trigo, y que traza una notable línea de continuidad en las relaciones peninsulares con respecto a la Revista ibérica. La amistad de Villaespesa con Botelho, así como su admiración por la obra del escritor portugués, fue compartida sin duda alguna por Trigo, que tradujo al español y prologó su novela El barón de Lavos (Madrid, Librería Pueyo, 1907), probablemente la primera obra de la literatura portuguesa que explora de manera firme el tema de la homosexualidad. El español, que publica ese mismo año. La Altísima, confiesa su complicidad con el tema abordado por Botelho, afirmando en el “Prólogo del traductor” que “lo he hecho, al mismo tiempo, porque el tema de la singularísima novela complementa, en cierto modo, el plan general de las que yo escribo.

  1. Carta de agosto de 1902, p. 149.